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miércoles, 12 de enero de 2011

Cuando Alemania asombró al mundo (II)

Cuando nos adentramos en la historia del fútbol, vemos que ningún país se ha caracterizado por momentos puntuales de gloria, sino por una continuidad, más o menos larga, pero evidente a simple vista, el tiempo. Ejemplos, por doquier: la Uruguay de Stábile y Héctor Castro dominó los años 20, Italia cogió su testigo en los 30 y las primeras décadas de la posguerra fueron "propiedad" de la Brasil de Pelé o Jairzinho. Cruyff hizo del Ajax el segundo equipo más dominante de Europa tras el Real Madrid de Di Stéfano y los 80 fueron la época inglesa.

Dentro de los éxitos, Alemania tiene una casuística muy puntual y concreta, a pesar de tener una selección y unos clubes que siempre han llegado a las últimas fases de todas las competiciones que disputan. Es el momento de repasar esos éxitos puntuales en este blog mediante dos capítulos en los que repasaremos los acontecimientos clave que cambiaron el fútbol germano, sobre todo los de 1954 y 1974.


Estamos en en 1973. Atvidaberg es un pueblecito de Suecia de no más de 7.000 habitantes, y es donde su equipo está jugando la Copa de Europa frente al campeón alemán de los dos últimos años, el Bayern de Múnich. El resultado de la ida no es positivo, pues han perdido 3-1 en el territorio teutón, pero quieren sacar el orgullo para intentar dar una alegría a su afición. Y vaya si lo hacen, queda un cuarto de hora y el equipo sueco está rompiendo moldes: gana 3-0 y está en la segunda ronda. Sin embargo, un gol postrero de Uli Hoeness permite llegar a los penaltis, donde Sepp Maier, el mejor portero que haya dado Alemania en su historia, se convierte en el héroe bávaro del día.

Una historia que se repetiría en cada eliminatoria de la trayectoria muniquesa, pues cada partido tendría a su hombre decisivo. No era un equipo del montón y eso se notaba cada vez que estaban contra las cuerdas, que no fueron pocas veces durante esa Copa de Europa. Era en parte un alivio, pues bien sabían que en esta edición debían llegar lo más lejos posible, una vez que Cruyff había puesto rumbo a Barcelona, después de haber ganado tres Copas de Europa consecutivas con el Ajax. Eran tiempos de dominio holandés, desde que el Feyenoord consiguiera batir a un complaciente Celtic en Milán por dos goles a uno. Los siguientes tres trofeos los había ganado el Ajax del mencionado Johan Cruyff y de su banda de jugadores, capaces de hacer absolutamente de todo en una cancha con una inconsciente falta de disciplina que les llevaría a la gloria futbolística y también al desastre. Lo llamaban el fútbol total y aparecían nombres como Neeskens, Kroll o Rep, capaces de intercambiar posiciones y desconcertar a la defensa rival.

El Bayern había caído de forma demasiado clara frente a este equipo, pero ahora, sin Cruyff, la vía estaba libre para el que la aprovechara. Y el siguiente duelo se preveía tenso, pues viajaban a la siempre complicada Alemania del Este, a la República Democrática con la que tenían gran rivalidad política, económica y socialmente hablando. Territorio hostil donde los hubiera, el rival era el Dinamo de Dresden. La eliminatoria fue frenética y apasionante, posiblemente la mejor de aquel año de competiciones europeas: alternativas, remontadas de ambos conjuntos, muchos goles...pero fueron los occidentales quienes se llevaron en gato al agua, ganando en el Olímpico por 4-3 y conseguiendo un empate a tres en la vuelta.

Esta vez, la clave recayó en Gerhard Müller, el torpedo que se había hecho un nombre por la facilidad pasmosa de perforar la portería contraria (casi 400 goles dio para el Bayern) , que consiguió el tanto de la victoria en la ida y el del empate en la vuelta. Esa base de jugadores, junto al capitán Franz Beckenbauer, conseguían llegar a la final, tras unas eliminatorias relativamente plácidas, antítesis de lo que les había pasado en las primeras rondas.

Cualquier español recordará su rival, pues era el Atlético quien se veía las caras con los alemanes. El equipo madrileño había protagonizado semanas atrás una de las polémicas más grandes de la Copa de Europa, durante la disputa de la semifinal ante el Celtic. El partido de ida se disputó en Celtic Park ante la táctica rojiblanca de evitar disputar cualquier cosa parecida a un partido de fútbol. Patadas, juego duro y más patadas desequilibraron a los locales. El genio de Jimmy Johnstone no pudo entrar en juego y el Atlético se quedó con ocho jugadores en el campo, consiguiendo el objetivo de empatar a cero. La prensa madrileña calificó el partido de arbitraje lamentable y actuación heroica de los colchoneros, pero la realidad fue bien distinta. Ya en Madrid, el Atleti se impuso 2-0, evitando que la final fuera Celtic-Bayern, al igual que una tanda de penaltis evitó que en 72 se enfrentara al Ajax. Ya no habría otra oportunidad para el equipo verdiblanco.

La final disputada en Heysel fue igulada, aunque quizás no la más vistosa. La prórroga dirimiría el campeón, y Luis Aragonés anotó una falta sensacional a cinco minutos de la conclusión, con la colaboración de una barrera que no supo saltar para que el balón no les superara. Sin embargo, como ya habían hecho en anteriores ocasiones, los alemanas entonaron un rotundo no. Schwarzenbeck fue el más listo de todos, aprovechando que el Atlético había mandado a 8 jugadores a defender, para sorprender desde 35 metros con un disparo que evitó a todos los defensores españoles, incluido a Reina, portero rojiblanco. Un balón colgado nunca hubiera acabado bien, y la sangre fría de este jugador tiene que ser valorada en su justa medida. Brillante. Son los valientes los que sacan esto adelante ¿no?

Sin ese gol no hubiera habido partido de desempate y no hubiera habido ni Copa de Europa ni los éxitos posteriores. Con un Atleti moralmente hundido, el "replay" fue sencillo y el Bayern se impuso por cuatro goles sin réplica. Muller por partida doble y Hoeness, también con dos, daban la primera Copa de Europa a un equipo alemán. Lejos quedaba ya el Eintrach de Frankfurt que disputó la final en 1960, perdiendo 7-3 ante el Real Madrid de Di Stéfano en Glasgow.

Pero la temporada no había acabado, ya que el Mundial iba a celebrarse en Alemania y la Mannschaft quería revancha. Eran los vigentes campeones de europa, pero los Mundiales tenían ese sabor agridulce del dolor de estar tan cerca y no conseguir el objetivo. En 1966 llegaron a la final, pero la polémica del gol fantasma de Geoff Hurst les privó dolorosamente del triunfo. La misma sensación tuvo el equipo en México 1970, cuando disputaron otro de los partidos más citados de la historia de los Mundiales ante Italia en la semifinal para caer 4-3 tras la disputa de una prórroga antológica.

En aquella generación ya se mezclaban los Uwe Seeler con los Beckenbauer o Muller, pero cuando llegaban a 1974, una de ellas ya había perdido la oportunidad. Tampoco iban a caer muchas más para Franz, Maier o Gerd, pues se encontraban al borde de los 30 años.

La determinación y la presión estaban presentes a partes iguales, y las cosas no empezaron nada bien. Mal juego en un grupo sencillísimo y duelo ante los alemanes del Este, sin nada en juego, eso sí...el orgullo era más importante que la clasificación aquel día. Y fueron los de la RDA quienes ganaron el partido gracias a Sparwasser, desatando una crisis nacional sin precedentes en territorio occidental.

Las críticas consumían al equipo. ¿Para esto organizamos el Mundial? ¿Para que nos ganen los comunistas? Tanto fue así que Helmut Schon, seleccionador alemán pensó en dimitir antes de que terminara el torneo. Sin embargo, el vestuario estaba muy unido, entre otras cosas porque el Bayern y el Colonia componían casi toda la plantilla, e hicieron un voto de silencio ante la prensa, muy crítica con ellos.

Pero, como todo en este mundo, habían más cosas detrás. La derrota ante el Este les evitaba un enfrentamiento en un grupo junto a la dominante Holanda, la campeona Brasil y la siempre complicada selección argentina, por lo que el camino lo tenían más o menos viable, y después de batir a Polonia en semifinales se plantaron en la final ante la favorita Holanda.

El contraste era enorme: el lugar de concentración alemana era lo más parecido a un búnker mientras que los holandeses disfrutaban con sus mujeres y hacían lo que quierían en cada momento. La final, a disputar en el Olímpico de Múnich, tenía un favorito claro y el primer minuto de partido confirmó las sensaciones.

El equipo holandés jugaba con el balón y el alemán esperaba, hasta que Cruyff se adentró en el área y Hoeness lo derribó: penalti. Neeskens transformó aquella pena y Holanda estaba uno arriba mientras que el único jugador alemán que había tocado el balón era Sepp Maier, para recogerlo de la red. Posiblemente, ese gol representa la maginificencia holandesa de principios de los 70, pero el resto del partido representó el lado más oscuro.

Confiados y relajados, dejaron a Alemania volver al choque, hasta que Breitner consiguió igualar el partido desde el punto de penalti, otra vez. Ese punto fue decisivo, porque entonces la tranquilidad holandesa se transformó en desesperación y prisas en un equipo que se había visto campeón desde el primer minuto del partido. Es más, desde el primer minuto del Mundial. Ahora las cosas no estaban de cara y el típico gol de Muller daba el segundo gol alemán justo antes del descanso.

Cruyff se desesperaba con el árbitro al descanso. Beckenbauer se imponía al jugador del Barça y cómo si una tarjeta a su persona justificara la derrota parcial, Johan la tomó con el árbitro, que le indicaba el camino a los vestuarios. Al final, el colegiado no tuvo elección y le mostró la tarjeta. Fue todo un símbolo de la caída holandesa.

La segunda parte continuó con la tónica asumida y Alemania se coronó Campeona del Mundo por segunda vez para la sorpresa de todos y para la alegría del entrenador Schon, que lo había pasado realmente mal durante todo el torneo. Un equipo unido ante las críticas y los pronósticos que les dejaban sin opciones no sólo antes de la final, sino durante todo el torneo, triunfó en su última oportunidad. Ya no se hablaba de Inglaterra, ni de Italia. Mucho menos de la RDA, pues ellos eran los mejores del mundo.

Gerd Muller anunció su retirada inmediata de la selección tras la victoria ante Holanda y poco a poco fueron abandonando la selección los principales componentes de esa magnífica selección. Beckenbauer lo hizo en 1977 y Maier en 1979. No obstante, antes ganarían otras dos Copas de Europa con el FC Bayern. Posiblemente, el mejor equipo alemán de la historia. Pasarían 16 años para volver a presenciar algo similar...


Toni Ponce

2 comentarios:

  1. Cortocircuito: Toni en Pelotas en Alemania?
    esto qué es??! XD
    Mañana me lo leo, que promete! :)
    y así aprendo! ^^

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  2. Si jajajajaja
    es nuestro invitado de honor xD
    cuando quieras Mirium, estás tu también invitada, a ver si te animas =D

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